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El miedo es nuestra reacción ante una amenaza real o
imaginada. En el caso de una relación con un león, es más bien real,
especialmente si el león ejerce la violencia física. Ante la aparición del
miedo hay reacciones de diversa índole. Hay personas a las que el miedo les
paraliza y hay otras que tienen el instinto de correr, gritar o incluso atacar.
Sea como fuere, en ese proceso en el que un miedo intenso nos recorre el
cuerpo, en realidad estamos invadidos de adrenalina.
La adrenalina es una sustancia química que producimos de
forma natural y que nos prepara para la batalla: se contraen las pupilas, el
corazón se acelera y el riego sanguíneo se concentra en las herramientas de
batalla (músculos).
Ocurre algo también muy interesante y es que se cierra la
conexión entre la memoria a largo plazo y la memoria a corto y esas reacciones,
que son diferentes según las personas, suelen ser instintivas, no
reflexionadas. Por eso a veces en una discusión decimos algo invadidos por la
adrenalina de lo que luego nos arrepentimos, porque no es momento de ser
prudentes sino de defenderse.
Cuando vivimos con un león, vivimos con dos tipos de miedo:
el miedo intenso que he descrito anteriormente y otro miedo más relajado que
sucede en períodos de paz, fruto de la amenaza constante de ser agredidos, de
ahí que siempre estemos invadidos con pensamientos repetitivos, obsesionados
siempre por las amenazas a las que estamos expuestos, temiendo constantemente un futuro
desesperanzador que normalmente tiene mucho que ver con la extrapolación de
nuestro presente (no creemos posible que podamos salir del estado de fuga y ser
libres).
El primer miedo, si se repite de forma continuada, nos
destroza la salud y sus consecuencias más comunes son: problemas
cardiovasculares, pérdidas de memoria y concentración, contracturas en cuello y
espalda y en casos más extremos, cáncer.
El segundo miedo nos ataca al estómago principalmente y a
todo el proceso digestivo.
Por estos motivos, se hace urgente, alejarse de la fuente
que nos origina el miedo y debemos tener como objetivo conseguirlo… y se puede
conseguir.
Pensemos en un león de verdad, con sus fauces y sus garras.
Sabemos que son animales peligrosos, que comen otros animales y que tienen
mucha fuerza y no podemos intuir cuándo va a tener hambre de nuevo por lo que
no nos acercamos a él por si acaso.
Una gacela vive con un león y nunca sabe cuándo éste va a
tener hambre.
Mientras no esté lejos de esa fuente que origina el miedo,
existe una forma en que el miedo también puede relativizarse, lo que nos
produciría cierto estado de relajación en esta situación de desamparo y
vulnerabilidad.
Consiste en pensar que las situaciones violentas se producen
hagas lo que hagas.
Es decir, que no existe nada que puedas hacer para que la
violencia cese porque a veces un león puede reaccionar violentamente ante un
sueño o un pensamiento que de repente le haya invadido y eso es algo que las
gacelas no pueden controlar aunque intenten por todos medios evitar el daño.
Así, pues, como no tienes control sobre sus enfados, como
siempre va a ocurrir por muy bien que intentes hacer las cosas… entonces desobedece…
con cierta prudencia, por supuesto, pero traiciónale sin ningún miramiento
(ahorra dinero en secreto, prepara tu fuga, habla con las personas que pueden
ayudarte, conserva tus amigos…)… mientras estás preparándote para ser libre ya
empiezas a sentir alivio.
Hay un momento de la relación violenta en el que te darás
cuenta de que has llegado al umbral del miedo, es decir, que ya no puedes
sentir más miedo por mucho que grite o amenace y, es más, hay un momento en que
te das cuenta de que has aprendido a vivir con miedo… por tanto el miedo pierde
su fuerza y es en ése momento en el que tienes que aprender a desobedecer y
traicionar al león. Una vez cruzada esa barrera, empieza tu camino hacia la
libertad.
¡Vence tu miedo y serás libre!
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