Hace muchos años, leí
en una revista de adolescentes un articulillo sobre el amor que decía que
cuando rompes con la primera pareja, ya estás preparada para conocer el amor.
Aquello, en su momento me parecía absurdo, al desear que mi primera pareja, con
quien tenía la relación a la lectura de aquella frase tan oportuna, me durara
toda la vida. Si me hubiera durado toda la vida, no habría aprendido algo muy
valioso para una relación posterior llena de violencia psicológica. Aprendí que
el amor no es sagrado en absoluto y que las rupturas son difíciles pero no tan
traumáticas como para imposibilitar el poder seguir con nuestra vida y eso me
permitió no darle un valor sagrado a la ruptura, no temerla como si fuera lo
peor que me podría pasar en la vida, cono si me viera incapaz de salir adelante
yo sola y por eso veía con claridad un posible “después”.
No todas las gacelas que he encontrado en mi andadura han
tenido esa suerte. Los leones de algunas de ellas eran su primer amor.
Precisamente este artículo se me ocurrió escribirlo, a raíz de una tertulia con
una gacela libre que me contaba que recuerda muy paralizante la necesidad de
saber si es verdad que había un después de una ruptura con un león que además
es el primer amor, cuya relación había durado muchos años y cuya ruptura se hacía
harto difícil con niños por medio, sin medios, con muchos miedos… Ella quería
conocer a otras personas que hubieran pasado por lo mismo y hubieran salido de
una relación así. Dios le concedió el deseo y ella misma se convirtió en su
propio ejemplo.
El caso es que sí hay un después y el después tiene una
parte difícil y otra maravillosa, igual que cuando pasamos unos exámenes en los
que hay que estudiar mucho pero una vez superados dan muchas satisfacciones.
Son trances difíciles, pruebas a superar, pero no son
imposibles. Para vencer el miedo que nos paraliza debido a que no vemos posible
un después, lo mejor es dividir ese miedo en partes y afrontar una a una.
Es muy difícil salir de casa con los niños a cuestas un día
de madrugada sin medios y sin saber adónde ir ni a quién pedir ayuda y encima
con un miedo atroz a la soledad. Son varias las cuestiones que nos paralizan.
Intentemos resolver una a una: primero vamos a conseguir los medios, después la
ayuda que vamos a necesitar (amigos, abogados, compañeros del trabajo),
informémonos de nuestra protección legal, consigamos el dinero… cada paso por
aislado y uno por uno hasta que lleguemos al más difícil: el miedo a la
soledad.
Resulta que, aunque no lo creas, nunca estás solo. Al final
siempre aparece alguien, un amigo, un familiar, tus propios hijos… y quizá en
la libertad puedas encontrar una pareja que te respete de verdad, quizá esa
persona se merezca que tu luches por ser libre para que os encontréis.
Hay un después, te lo aseguro, y es un después infinitas
veces mejor que el ahora.
¡Búscalo sin miedo!
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