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lunes, diciembre 19, 2011

Formas sutiles de hacer daño: la ironía

A todos nos gusta relacionarnos con personas divertidas, con chispa, que al hablar nos hagan reír con sus ocurrencias. Con el afan de ser divertidos, nosotros mismos, hemos intentado contar chistes en las reuniones públicas con mayor o menor aceptación. Reírse, dicen, es bueno para la salud... Sin embargo, hay un tipo de humor macabro, escondido debajo de la intención de divertir, que lo que realmente alberga es violencia soterrada y que tiene mucho que ver con la ironía.


Una de las descripciones que el diccionario de la RAE hace de la ironía se refiere a ésta como de "burla fina y disimulada". Aún podría defender la ironía si esa burla se refiriera al sistema, a lo que no funciona bien, a nuestras propias manías.... sin embargo, es un recurso muy utilizado para decir lo que no somos capaces de decir con franqueza del otro. Los leones, en cambio, van más allá y la utilizan, no para decir lo que no son capaces (porque ellos son capaces de decir cualquier sandez), sino como un recurso más para hacer daño que precisamente consideran muy divertido.


Fuente de la foto


El problema de la ironía, es que está aceptada como algo gracioso, algo divertido y ocurrente que debe invitarnos a reír y detrás de esa aceptación social, se esconde la impunidad. Un comentario, aparentemente divertido, sobre nuestra inteligencia o nuestra belleza, puede paralizarnos, llevarnos a la conclusión de que no merecemos ser amados, hacernos sufrir y los demás, en vez de ver la parte sangrante de este asunto, símplemente ríen.


La ironía, el chiste hiriente, ridiculizar en público a las gacelas, humillarlas haciendo resaltar defectos que no tienen o exagerando los que tienen... todo eso son los recursos favoritos de los leones. El fin es atacar sutilmente a las gacelas delante de terceros y que pasen la censura de éstos consiguiendo su propósito: dañar la autoestima de quienes dicen amar y, si éstas se molestan, pasarán frente a terceros como personas que no tienen sentido del humor cuando, en realidad, están siendo atacadas y ridiculizadas.


La ironía en sí misma no es mala, es como todo en la vida, que depende de cómo se utiliza. Por eso se hace necesario formularse la pregunta: ¿Dónde está el límite? ¿Dónde empieza a ser la palabra considerada como un arma para hacer daño? Y el caso es que se trata de una pregunta muy fácil de responder: el límite lo encontramos en cómo se siente la persona objeto de la ironía. Ni más ni menos. Si le sienta mal, el problema es entonces que ese chiste desagradable ha metido el dedo en la llaga. Las personas objeto de la ironía, no tienen por qué comulgar con ruedas de molino. No tienen por qué ser tachadas de intolerantes con el humor. No tienen por qué consentir el ataque verbal más soterrado que existe. Son los emisores y no los receptores, quienes tienen que moderar sus palabras e invertir sus gracietas ingeniosas en ingenios que realmente hagan reír a todos.


Ironía, si es ataque verbal... ¡tolerancia cero! 




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